La búsqueda del propio esqueleto

Escribe: Lic. Raquel Guido

Nuria Vadell - EC I- 2010
Una de las influencias  que la Expresión Corporal recibe, en tiempos de su fundación, proviene de la Eutonía.En toda la riqueza que esta técnica posee, una de las mas apreciables es la de promover una verdadera “experiencia” de la estructura ósea.A partir, entonces de esta influencia, la Expresión Corporal, recibe y recrea una experiencia corporal que deviene en técnica del cuerpo para la danza.“Moverse desde el hueso”, es una experiencia que reúne sensaciones y representaciones promoviendo una experiencia del movimiento ya descripta por la Eutonía misma: liviandad.

Ubicándonos en la experiencia sensible de “ser y estar” en los huesos la relación con la fuerza de gravedad -que atrae hacia la tierra- se transforma y una nueva fortaleza aparece. Fortaleza  que no se siente como proveniente  del esfuerzo o tensión muscular. Esa “fortaleza” ligada a la “liviandad” se convierte en “real” en la experiencia concreta del sujeto. Entonces es, sin lugar a dudas; existe.

Desde la Expresión Corporal el abordaje de la conciencia corporal incluye su propia particularidad: la de integrar además un despliegue poético del cuerpo que devenga en danza.
Un despliegue de imágenes, gestos, posturas y actitudes, se agregan a las percepciones corporales integradas en la Imagen Corporal y se presentifican en un movimiento capaz de llevarnos a esas realidades humanas  ligadas a esta particular sensiblidad.

La regulación tónica que el moverse desde el hueso produce, es promotora de una sensación de bienestar que indudablemente nos ubica en una experiencia ligada al placer. Placer, que, a entender de Lapierre, remite a la experiencia primitiva de ser y existir en el movimiento, el cual es manifestación de una pulsión vital.

Ligar el aprendizaje de la danza al placer –mas allá de las palabras bonitas- implica una apuesta diferente.
En las formas tradicionales de la danza como espectáculo en occidente, los entrenamientos se ligan ,en algunos casos,  a experiencias de tesón, voluntad, disciplina y sacrificio; formadora de una especie de actitud estoica frente al dolor y el sufrimiento corporal.

Dejar atrás  estas concepciones  y representaciones  presentes en los  tratamientos que el cuerpo recibe en los entrenamientos y promover un aprendizaje guiado por el placer, centrado en la experiencia directa del cuerpo en situación, requiere además de su formulación, una metodología que signifique los actos, los pasos a seguir, los modos de abordar el tema para que deje de ser sólo eso y se convierta en una realidad hecha danza posible de ser.
Desde mi perspectiva la Expresión Corporal puede asumir ese desafío.

Con nuestra propuesta centrada en la percepción del propio cuerpo, el tránsito por la experiencia ósea, resulta un pasaje obligatorio.
A partir de una etapa que busca el “despertar” del cuerpo, trabajamos palpaciones -de reconocimiento y como estimulación-, ligamos el movimiento a representaciones internas, promovemos la integración de imágenes, percepciones y afectos de diversas maneras, tantas como cada docente pueda crear, generando condiciones para que la experiencia se haga posible.
Una vez que se ha comenzado a despertar la sensibilidad del hueso, un nuevo lugar, dentro del espacio corporal, se encuentra disponible a ser habitado

Los huesos nos llevan al arraigo en nuestra propia estructura, en nuestros propios sostenes, en nuestra posibilidad de articular.
El movimiento desde el hueso abre espacios en nuestro interior que se convierten en lugares a ser habitados y devienen en  sostén propio. Desde este lugar el movimiento cobra autonomía respecto de bloqueos y de estereotipos.
El movimiento nuevo surge, se presenta activo y liviano, autosostenido en la estructura interna y con la intención nítidamente ubicada en lo óseo.

La construcción de la conciencia de la estructura ósea nos desafía a internarnos en el espesor del espacio corporal. Hallar los huesos, ubicarlos y experimentarlos en su forma, su tamaño y hasta su peso,  va construyendo espacio corporal.
Una vez que se ha experimentado el hueso en su singularidad y se hace presencia viva en el cuerpo, puede ser empleado como motor del movimiento. Motor, que no se limita a trasladar al cuerpo por el espacio, sino también –y muy especialmente en el enfoque que aplico- en el espacio de nuestro cuerpo. Espacio en el que somos y existimos.
Aquí la estructura ósea como tal, se presenta como ruta de circulación del movimiento que pide y provoca desbloqueos articulares y regulación del tono muscular.
Cuando el hueso empuja contra una resistencia, a partir de empujar con los apoyos[1] contra una superficie de contacto fija –como por ejemplo el suelo-, la fuerza aplicada se convierte en movimiento que retorna y circula por el cuerpo siguiendo la ruta ósea y activando reflejos antigravitacionales, a veces obstaculizados por los bloqueos articulares producidos la acumulación de tensión.

“Soltar los huesos” y experimentar su peso en la práctica de la relajación contribuye a relajar los músculos encargados de moverlos.
En las danza, explorar la alternancia  de soltar y el mover los huesos, despliega cualidades de movimientos y combinaciones posibles que se presentan inagotables, dotando al cuerpo de una cualidad expresiva inusitada que habla por sí misma una lengua energética, de tonos musculares , movimientos, configuraciones de gestos y actitudes; desplegando una dramática ambigua que supera la univocidad de los signos.            

La percepción de la estructura ósea, en movimiento y en reposo, es un buen camino para acceder a lo que denomino “presencia”. Un estar aquí y ahora desde nuestro cuerpo y en un proceso donde la conciencia se expande ampliando sus límites.

Se danza en el cuerpo y no con él.
Para esto es necesario apuntar los entrenamientos hacia el desarrollo de esa fina sensibilidad corporal
La Expresión Corporal puede abrir esos espacios, generar esas condiciones de experiencia, promover y estimular búsquedas errantes, vagabundeos y demoras. La estructura del trabajo que cada docente crea, se nos aparece como sostén durante un tránsito que nos arraiga progresivamente en nuestro ser corporal. Tránsito que implica abrir caminos, que a veces se vuelven profundos, comprometidos, que implican fuertemente al sujeto y lo transforman.


[1] Es importante recordar que una de las diferencias entre superficie de apoyo y superficie de contacto reside en que la primera recibe descarga del peso del cuerpo.

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