Agradecemos a Marcela Collins, de la comisión de Alejandra Maza, que gentilmente nos acercara las reflexiones que hiciera luego de algunas clases de entrenamiento
¡Qué las disfruten!
El despertar, para muchos fue despertar a la falta de aire, a una sensación de no comodidad que nos empeñábamos en bailar y dejar que nos recorriera. Nuestros pliegues y despliegues respiraban más de lo que podíamos nosotros. Queríamos ampliar nuestras superficies y entregarlas al aire, pero no encontrábamos un hueco para realizarlo. La propuesta fue entonces
buscar nuestra danza a partir del contacto con la piel, que recorrernos nos guiara por caminos más sutiles, que nuestro roce nos cuidara.
El aire se hizo un bien adorable y atravesamos de a pocos el salón para ir a su encuentro. Danza suave que no dejó entrar a la tormenta que comenzaba a escucharse.
Un rato más en el suelo, por favor…buscando apoyos, quedando quietos, creando huellas.
Y contorneadas nuestras huellas comenzó una nueva exploración. Territorios. Las huellas fueron territorios a recorrer, a invadir, a compartir, a rehabitar…para algunos las huellas eran memoria de algo que había sucedido allí, de alguien que ya no estaba, para otros tenían volumen, para otros eran líneas que invitaban a recorrer nuevas posturas. Hubo encuentros traspasando la piel y hubo encuentros de ojos que no salían de su territorio. Hubo adentro y afuera. Hubo que crear nuevas huellas en el suelo, en el espejo, en la pared, en nuestros cuerpos. Pusimos huellas en espaldas, dejamos huellas de nuestros movimientos y quedamos enhuellados con movimientos nuevos.
Desvanecimos los contornos y lentamente nos desvanecimos para ser otras huellas, huellas de contornos sin rigideces… huellas de cuerpos que habían bailado.
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